Con la lluvia sobre los rostros nos encontramos frente a frente, él y yo de nuevo, con nuestros ejércitos en filas intactas y el campo despejado. Bastaba un solo indicio mío para el inicio de la batalla. Nadie quería dar paso en falso. La suerte ya había decidido que era yo quien diera comienzo a ese enfrentamiento y bastaba que el destino de su veredicto para saber quien saldría airoso. Mi mente estaba concentrada a pesar de la sed de victoria que por momentos me enceguecía, y di la orden, mi ejercito se lanzo al campo, como fieras tras su presa, ahí estuvo uno de los mas grandes errores que cometí esa tarde. Mi ánimo feraz de victoria fue trasmitido a mi ejército y prontamente quede sin caballería llevándome apenas unos simples mosqueteros. Las armas del enemigo estaban intactas, mientras que mi honorable caballería yacía sobre el terreno. Al ir enceguecido hacia la victoria perdí gran parte de la batalla.
En el cuerpo a cuerpo las bajas de ambos fueron las mismas, pero cada caída de mis hombres era más dolorosa que la de mi rival, por mi falla en el comienzo, cada minuto pasado se hacía más dramático. Un mínimo error, en un contexto tan crítico como el que vivía mi ejército, podía acabar con la trifulca, pero necesitaba igualmente un instante de sagacidad para poner paridad a la cuestión. Y lo encontré, vaya si lo encontré, ese momento tan ansiado llegó, arremetí con todo el potencial, en ese hueco que mi rival me había dejado, casi perfecto, casi como si el mismo sabía que lo estaba dejando, y puse la paridad derribando su caballería. Ahí fue donde realmente presentí que algo malo estaba pasando, otra vez mi ceguedad me dejo al descubierto, mi afán por el ataque otra vez fue desmedido, todo lo que pensé que no me tenía que pasar, pasó.
Mi rival se dio cuenta que mis ojos ya no veían, por la necesidad de mi corazón de quedarse con la victoria, y con esa habilidad fue con la que se movió. Con poco importarle su caballería, la arriesgo en un acto de osadía verdadero. Esos actos se deben hacer una sola vez en la batalla, y él lo había hecho, muy cauteloso espero el momento justo. Y así fue que de tanto hablar de caballería, arremetí como un caballo, solo mirando el objetivo y sin darme cuenta lo que en realidad pasaba al rededor. Y él con un simple y sigiloso movimiento le dio fin a la batalla, su estrategia no fue dar un gran golpe final, sino que yo mismo me lo diera, me desprotegí de nuevo, y en este ámbito dos errores cuestan demasiado, mas aun este segundo error fue al final, y el final mismo.
Ahí fue cuando reflexione: “en cada momento, por mas critico que sea, debemos ser capaces de analizar todas las consecuencias que pueden acarrear nuestros actos”. Y él solo gritó: “Jaque Mate”.
Autor: Juan Ignacio Garcia Santangelo