Golpeó la puerta varias veces. Insistió. Detrás se escuchaban voces que simulaban preocupación.
Le abrieron. Braulio no disimuló su rostro acongojado y escrupuloso a la vez, relegado a la deriva que producen los que ignoran.
- Disculpe señora, ¿no tendría un pedazo de pan para darme?
Austera, la mujer cedió y le dio una bolsa. Lástima y comprensión a veces se confunden, pero alguna cede.
Braulio agradeció con entusiasmo y marchó feliz hacia su rancho de paja y adobe a orillas de La Movediza.
No pasaron dos días que Braulio regresó. Golpeó menos que la última vez y especuló bondad, esperanza.
La mujer entreabrió la puerta de roble macizo y obsequió a Braulio otra bolsa de pan y alimentos.
A estas alturas, la alegría era inmensa, al igual que la incomodidad de la mujer, no por mala sino que a lo mejor la próxima vez no podría satisfacer la próxima solicitud del niño.
Pasaron tres o cuatro días hasta que Braulio retornó al mismo hogar donde parecía cumplir con su apetito y el de sus hermanos.
-Disculpe señora…
La mujer intentó primeriarlo:
- Mirá querido, hoy no tengo nada para darte…
Braulio sonrió.
- Lo imaginé- respondió. Por eso vine a convidarle de lo mío.
Autor: Víctor Torres.
Juan Ignacio Garcia Santangelo. Ilustración.
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